Mujeres desplazadas que tejen esperanza con piezas artesanales en Bucaramanga

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Mujeres desplazadas que tejen esperanza con piezas artesanales en Bucaramanga

Camilo Medina Noy

“La inclemencia de las armas nos llevó a desplazarnos. Vivíamos en una finca en Betania (Santander), cuando en 1984 la guerrilla mató al padre y a dos hermanos de mi esposo. Yo también perdí a uno de mis hermanos por la violencia”, recuerda Yoleida Ramos.

Como a muchos colombianos, esta situación las llevó a ella y a su familia a buscar un nuevo lugar de asentamiento. Luego de una larga travesía por varias poblaciones, como Barrancabermeja (Santander), llegaron en 1992 a Bucaramanga, donde vivieron con sus hijos en una pieza del barrio Los Ángeles.

Durante sus primeros años en Bucaramanga, Yoleida se dedicó a lavar y planchar ropa para ayudar con el sustento de su familia. No obstante, en 1998 su vida dio un giro inesperado. “Ese año conocí a la hermana Felisa Manrique, que había llegado a estos barrios como parte del proyecto Visión Mundial”.

Esta monja, de origen español, tenía un grupo de mujeres en Café Madrid, sector de la ciudad que se había convertido en un refugio improvisado para desplazados de diversas zonas de Santander y el Magdalena Medio.

“Había mucho desplazamiento en este lugar, las familias habitaban en las bodegas de almacenamiento de la estación del ferrocarril. Estaban en una situación muy difícil, pues nadie les daba trabajo”, expone Felisa. 

La madre Felisa reunía a este grupo de mujeres debajo de un árbol, en Café Madrid, para darles formación espiritual y transmitirles técnicas como la tejeduría y el croché. “No teníamos una sede, así que nos hacíamos en cualquier espacio para aprender”, explica Yoleida.

Una de sus primeras iniciativas fue una olla comunitaria, por lo que iban en las madrugadas a la zona de abastos a conseguir productos y alimentos que preparaban para ofrecerles a las personas más necesitadas del sector.

Paralelamente, “la hermana conseguía recortes de cuero, que le regalaban en las empresas, con los cuales aprendimos a hacer bolsos, así como también algunos hilos y lanas con los que bordábamos en punto de cruz, técnica que ella misma nos enseñó”. 

Todo el trabajo que realizaban lo vendían en las plazas de mercado y en las puertas de las iglesias. “La hermana Felisa nos ayudaba a comercializar estos objetos que hacíamos con nuestras manos. Después de años de esfuerzos —los inicios de Luz y Vida se remontan a 1998—, en 2001 creamos la personería jurídica y nos organizamos como Asociación de Mujeres Artesanas de Bucaramanga Luz y Vida”. 

Este espacio de encuentro se transformó en algo más que una iniciativa productiva, era “la oportunidad para escucharlas, para que ellas narraran su historia, los sufrimientos que habían pasado por el desplazamiento. Era el momento de sacar esa amargura que tenían por dentro, como resultado de haberlo perdido todo”, dice la hermana.

Estos fueron los comienzos de la Asociación Luz y Vida, donde mujeres desplazadas y madres cabeza de familia se reunían todos los días a trabajar con los pocos recursos que les donaban, pero con los que lograban alimentar a cientos de personas del sector con su olla comunitaria, que hoy en día es un comedor para más de 160 niños.

Numerosas mujeres han entrado y salido de la organización, algunas de ellas porque han tenido la oportunidad de regresar a sus regiones gracias a los procesos de paz. “En la actualidad, tenemos 22 integrantes activas. Todas son mujeres con liderazgo y ganas de salir adelante. Nos hemos caído muchas veces, pero nos hemos levantado más fuertes”, comenta Yoleida, que hace más de una década es la representante legal de Luz y Vida. 

Piezas artesanales que salvan

A las mujeres que llegan a la asociación las capacitan en técnicas de tejeduría, como telares verticales y horizontales, croché y macramé. No obstante, para ser parte del organismo deben participar en forma constante durante dos años en las diversas actividades, ya sea en la producción de las artesanías o en el comedor para los más pequeños. “Cada día fortalecemos la capacidad productiva de Luz y Vida, dando más oportunidades a madres cabeza de familia y desplazadas”, afirma Yoleida. 

Actualmente, la asociación tiene una sede de tres niveles en el barrio Café Madrid. En el primer piso funciona el restaurante, en el segundo la parte administrativa y los telares verticales y en el tercero los telares horizontales y áreas de producción.

En estos espacios las artesanas crean desde tapices, butacos, tapetes y hamacas, hasta bolsos, guantes, caminos de mesa, mantas y chales. Es aquí donde desbordan toda su creatividad y las ganas de salir adelante a través del tejido. 

Gracias a los orígenes campesinos de muchas, sus obras están inspiradas en los paisajes y la naturaleza de la región, en especial para los tapices. Para otros objetos, como las hamacas y los manteles, predominan los tonos blancos —hechos en algodón—, sin que esto signifique que no juegan con los colores para crear piezas vibrantes. 

Entidades como Artesanías de Colombia las han ayudado a participar en varias ferias en el país, para que así expongan sus piezas a públicos más amplios. “También estamos desarrollando nuestra página en Facebook e Instagram, pues sabemos que tenemos que estar en las redes sociales para llegarles a más personas con nuestros productos”, comenta la representante legal de Luz y Vida. 

Su visión es exportar sus obras para generar más ingresos y poder ayudar a más mujeres. “Detrás de cada pieza está la historia de vida de una mujer que la hizo con sus manos y tiene un poco de su pasado, de lo que ha vivido y sufrido; son mujeres que, a pesar de todas las adversidades que han padecido, demuestran que se puede salir adelante”. 

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