El diccionario define un monolito como un “monumento de piedra de una sola pieza”. Normalmente, estas estructuras son sólidas, macizas; es decir, no se pueden habitar. El del Centro de Memoria, Paz y Reconciliación (CMPR) de Bogotá, sin embargo, es un pabellón que se recorre y conecta con todos los espacios de este memorial. En los ámbitos arquitectónico y simbólico, es el corazón de la institución.

Así lo señala su arquitecto, Juan Pablo Ortiz, quien destaca la importancia de que el monolito esté “enterrado” y se erija con materiales inspirados en la técnica de la “tierra pisada”, que se usó en Colombia en la época colonial. Esta conexión con la tierra recuerda “a millones de personas desterradas por la violencia sistemática que ha padecido Colombia en las últimas siete décadas; centenares de miles de ellas han llegado a Bogotá”, explica Ortiz.

“Es una obra que emerge de la tierra para convocar la memoria del dolor que no debió ocurrir y que no se debe repetir, y también para evocar la memoria de causas y búsquedas que no se puede eludir”, manifestó, en su momento, Darío Colmenares, asesor del concurso que organizó la Sociedad Colombiana de Arquitectos (SCA) en el año 2007, para escoger el diseño que se ejecutaría entre 2008 y 2012″.

«El primer paso para que esto sucediera fue cuando, en 2005, el Concejo de Bogotá aprobó la destinación del globo B del cementerio Central para la construcción de lo que en su momento se pensaba sería el parque metropolitano La Reconciliación. Esta fecha, en la que comenzó su gestación, es la que se está conmemorando.

A Iván Grimaldo, profesional del Centro de Documentación del CMPR, le parece emocionante que el diseño del lugar no solo evoque la tierra —e insiste en la importancia de que esté precisamente en un cementerio, donde antes había cuerpos enterrados—, sino también los otros tres elementos de la naturaleza. Lo hídrico está presente en los espejos de agua perpendiculares al monolito —que, temporalmente, están vaciados—.
El diseño del Centro de Memoria, Paz y Reconciliación
El aire entra por las cuatro puertas de esta estructura, desde los cuatro puntos cardinales, y se eleva hacia el lejano cielorraso. El fuego accede con la luz de las 96 ventanas verticales que rodean, de manera desigual, los muros del monolito.

“La gente que no conoce el Centro de Memoria, y lo ve desde afuera, cree que adentro hay dos o tres pisos de oficinas. Después les sorprende ver cómo la estructura no tiene entrepisos y está vacía. Tiene una personalidad monumental. La sensación de que el techo es inalcanzable se incrementa si se considera que el salón habitable dentro del monolito está varios metros por debajo del nivel de la calle”, señala Grimaldo, el joven bibliotecólogo que trabaja en el CMPR hace cuatro años.

Otra idea del edificio que Grimaldo celebra es su carácter participativo: enterrados en sus muros hay 2.012 tubos de cristal, los cuales contienen puñados de tierra de diferentes partes del país y papeles con mensajes de paz. Estos tubos de ensayo los mandaron las familias y las agremiaciones de las víctimas desde sus regiones, gesto que, según se explica en el libro Bogotá, ciudad memoria (publicado por el CMPR en 2012), “convoca a la memoria por la vida, los derechos humanos y a una sociedad no violenta”.
La memoria de la ciudad
“Si bien tenemos exposiciones, el CMPR no es un museo. Tampoco es un centro académico para historiadores u otros profesionales. No es un espacio utilitario ni comercial, sino un centro de pensamiento. Es un lugar de reflexión ciudadana sobre la memoria y la construcción de paz en Bogotá y sus alrededores”, explica Carlos Rojas, coordinador de la Línea de Memoria y Creación del Centro.

Esa relación con la ciudad empieza desde el lugar de implantación, en el cementerio Central. El CMPR forma parte de un proyecto que ve la calle 26 —también llamada avenida El Dorado o avenida Jorge Eliécer Gaitán— como un eje de la memoria que comprende desde el parque de la Independencia hasta el aeropuerto, el parque del Renacimiento y la Universidad Nacional de Colombia.

“En el Plan Director (2005), elaborado por Rogelio Salmona y firmado por el entonces alcalde mayor de Bogotá, Luis Eduardo Garzón, se destinaron áreas para caminos y plazas y también para un monumento y un centro cultural. Los columbarios construidos entre 1947 y 1968, y sin uso para inhumaciones desde el año 2000, se han acogido como símbolo con el lema ‘La vida es sagrada’, que promovió Antanas Mockus y fueron intervenidos en 2009 por la artista Beatriz González con su extraordinaria obra Auras ausentes, que es un homenaje a los miles y miles de víctimas en Colombia”, se explica en el libro Bogotá, ciudad memoria.

Ese es el entorno urbano en el que se erige el CMPR, el cual no solo es significativo por su arquitectura, sino precisamente por esa relación que tiene con la ciudad y su historia. Esto le ha permitido servir como instrumento para la memoria colectiva durante los trece años que lleva abierto al público, por intermedio de su auditorio con capacidad para trescientas personas, tres aulas múltiples, un centro de documentación, una sala infantil, una de exposiciones temporales, una de exposiciones centrales, un taller de oficios y un estudio de grabación de audio.